Colectivo
de lo(a)s preso(a)s de las
Células Comunistas Combatientes
Décimo aniversario de la lucha
armada en Bélgica
Hace diez años, el 2 de octubre de 1984,
las Células Comunistas Combatientes emprendían la lucha armada contra el
capitalismo, el imperialismo, por la revolución proletaria
Aquel
día, en el transcurso de su primera acción de propaganda armada, atacaban con
explosivos la sede de la sociedad Litton — una multinacional americana de la
electrónica militar.
Tras
una treintena de acciones que componían de tres grandes campañas
político-militares, nuestra organización recibió un golpe decisivo de las
fuerzas represivas. En los meses y años que siguieron a nuestras detenciones y
a la caída de una parte importante de la infraestructura clandestina, las
Células fracasaron en su intento de reconstitución. El combate no se reanudó.
Desde
ese punto de vista, la derrota de las Células es manifiesta. Son numerosos los
que recuerdan entonces este fracaso para proclamar « definitivamente » una pretendida esterilidad de
la vía abierta por nuestra organización, la vía de la violencia revolucionaria,
de la lucha armada comunista. Remarquemos además que muchos de estos brillantes
analistas son los mismos que antes de eso se consolaban calumniándonos de la
manera más indecente.
Colectivamente
hemos conocido todos los aspectos de la experiencia de las Células Comunistas
Combatientes. Hemos luchado con las armas en la mano, hemos sido testigos
privilegiados de los éxitos que obtenían y de las potencialidades que generaban.
Hemos sufrido juntos el choque de la contraofensiva del régimen, hemos medido
el fracaso creciente y el retroceso de la esperanza. A lo largo de los años de
prisión, hemos reflexionado y reflexionado aún más en los pormenores de la
derrota, resituándolos siempre en el marco general ( histórico, político, estratégico ... ) de la lucha de clases, del
combate revolucionario. A partir de todo esto es porque rechazamos hoy más que
nunca la aserción interesada, ciega y abandonista pretendiendo que el fracaso
particular encontrado por las Células Comunistas Combatientes sea el fracaso de
la lucha armada comunista, de la estrategia de guerra revolucionaria
prolongada, o sea, el fracaso de la causa revolucionaria como tal.
La
obligación del retorno a una política y una práctica revolucionaria auténticas
salta a la vista de quién es capaz de ver, de quién quiere ver los verdaderos
intereses populares y proletarios detrás de las cortinas de humo de la
ideología dominante y a pesar de la confusión mantenida por todos los
servidores mediáticos del régimen. Política y práctica revolucionaria
auténticas, hoy esto quiere decir hoy, en ruptura completa con el régimen
burgués ( incluso democrático ), voluntad de derrumbar este sistema
antisocial, explotador y decadente que es el capitalismo. Al mismo tiempo esto
significa el objetivo de construir una sociedad justa, dónde sea proscrita la
explotación del hombre por el hombre, dónde se asegure la satisfacción de las
necesidades materiales y el completo desarrollo cultural de todos, una sociedad
cuya única razón sea el Hombre y no el aumento de los dividendos de pequeñas
bandas de explotadores.
Quizás
nunca los trabajadores hayan estado tan impotentes como ahora frente a los
engranajes brutales y sórdidos del sistema capitalista. Amarga paradoja, la
crisis de su sistema ofrece a las capitalistas armas contra el mundo del
Trabajo. El paro, la exclusión consecutiva a la trituración de la Seguridad
Social, el empobrecimiento de los países de la periferia y la desestabilización
de los de Europa del Este ponen a disposición de los empresarios una masa de
trabajadores obligados a aceptar cualquier cosa, dispuestos a afanarse en las
condiciones más duras por los salarios más miserables. Y la crisis prosigue, se
agrava inexorablemente.
Ante el
hundimiento de su proyecto social reformista ( un capitalismo de rostro
progresivamente humanizado gracias a una protección social en regular aumento,
a una elevación permanente de las condiciones de vida individual y pública en
todos los terrenos, etc. ), la socialdemocracia, el Partido Socialista
y sus satélites de izquierda — por ejemplo, ahora Ecolo(gistas) — ni un momento
han pensado en cuestionarse su política de colaboración con el régimen burgués.
No es el fruto de un error corregible, es la expresión de su verdadera
naturaleza. Desde hace mucho tiempo son un mecanismo del régimen burgués y la
única baratija que les queda por vender a los trabajadores es la de « gestionar la crisis » jactándose de « limitar los estragos ».
La
incapacidad de la extrema izquierda ( populista, trotskista ) para cuestionar el cretinismo
parlamentario, el oportunismo electoralista y el cepo legalista hace que, a fin
de cuentas, más allá de un radicalismo verbal incitador, no constituyan ninguna
alternativa seria para la lucha de clases. ¿ Se puede imaginar contradicción / cacofonía más enorme que la de
reivindicar la revolución socialista, incluso la dictadura del proletariado y
limitarse en la práctica a papeles de amables organizadores del descontento
espontáneo, totalmente integrados en la vida política demócrata-burguesa ? ¿ Qué crédito conceder a unos POS
o PTB cuyo objetivo concreto no es nunca más que el de pasar, cada uno a su
tumo y a expensas del otro, de un tanteo electoral de nada a otro tanteo de dos
veces nada ? ¿ Qué confianza conceder a los PTB y POS que, en 1984 y 1985, se han
desenmascarado como innobles y rabiosos enemigos de la esperanza y de la
iniciativa revolucionarias, del combate comunista ?
La
creencia en la posibilidad de arreglar, de hacer aceptables la explotación y la
servidumbre mediante el desarrollo de las leyes sociales es cotidianamente derrotada.
El intento de frenar la degradación constante de las condiciones de vida y de
trabajo, por medio de las formas de lucha tradicionales, ya sean económicas ( huelgas, etc. ) o políticas ( elecciones, manifestaciones,
etc. ) ha durado mucho. Por diez batallas mantenidas por los trabajadores
en estos marcos del pasado, nueve se pierden, y el éxito de la décima sólo es
provisional, expuesto a un contraataque burgués, que apunta no sólo al interés
económico parcial sino también y sobre todo a la voluntad y a la capacidad del
proletariado de luchar por la defensa de sus intereses ( nuevas leyes anti huelga,
persecuciones judiciales contra los trabajadores combativos, contra los
miembros de los piquetes, etc. ).
El gran
capital y el Estado a su sueldo llevan la mejor parte : este sistema es el suyo.
Cuando se juega su juego, cuando se pone el dedo en el engranaje de su lógica,
de su propia coherencia, se llega antes o después, irreversiblemente, a
asimilar y defender los caracteres antisociales del capitalismo. Así desde el
momento en que no se colocan en ruptura con el sistema, los partidos que se
consideran representantes de los intereses del mundo del Trabajo acaban
irrevocablemente, — al hacer suyos definiciones como « el mercado del empleo », « la conservación de la
competitividad » —, privilegiando los intereses
patronales, liquidando los logros sociales, bajando los salarios, reforzando la
explotación, gestionando la miseria.
En este
marco, incluso los objetivos de corte radical ( como, por ejemplo, de pretender
corregir las injusticias mediante una presión fiscal sobre las grandes fortunas
y las ventas capitalistas — se conoce el slogan « hacer pagar la crisis a los
ricos » ) son cogidos en un manojo de contradicciones. La volatilidad de los
capitales, su capacidad para desertar de un país e invertirse en otro
fiscalmente más acogedor, quitan toda consistencia a tal perspectiva
radical-reformista. Incluso si el poder, repentinamente inspirado, gravara a
los ricos y subiera los salarios, logrando impedir la fuga de capitales, el
mundo del trabajo no encontraría más que una ventaja engañosa, efímera,
precipitando la catástrofe : las mercancías ya no serían competitivas,
ni las empresas venderían su producción, las quiebras se multiplicarían, el
paro se embalaría. etc.
No
sirve de nada fingir ignorar las leyes del capitalismo, de la economía de
mercado. Resulta vano ilusionarse : no se pueden defender los
intereses populares y proletarios respetando este sistema. Es absurdo no querer
ver a dónde conduce la carrera de la competitividad con los países
recientemente industrializados o los países desarrollados más asolados que el
nuestro por el liberalismo ( como Inglaterra o Estados Unidos ). La tendencia a la nivelación
de los costes y cadencias de trabajo en Europa sobre los salarios y horarios de
los presidios capitalistas de Turquía, Tailandia o Indonesia dan forma a todo
nuestro futuro : es siniestro.
El
sistema capitalista, la economía de mercado, la competencia y la carrera al
beneficio serán siempre, fundamental e irreductiblemente opuestos a los
intereses populares y proletarios.
Para el
mundo del Trabajo no hay otra perspectiva que la conquista de otro sistema, de
un sistema que corresponda a una finalidad, a una lógica diferente, que
responda a una nueva racionalidad. La única perspectiva que existe es el
socialismo, del verdadero socialismo, del sistema dónde todas las fuentes de
riqueza ( las fábricas, las máquinas, las materias primas, etc. ) pertenecen de oficio a la
comunidad y son utilizadas, de manera razonada y planificada, al servicio del
conjunto de la comunidad. Es el sistema dónde los productores mismos deciden lo
que producen, y cómo producen, y son los únicos beneficiarios de los frutos de
su trabajo.
Por
supuesto, esto quiere decir expropiar de autoridad a todos los capitalistas,
abolir la propiedad privada de las fuentes de riqueza y de los medios de
producción. Esto también significa la destrucción del Estado tal como lo
conocemos, el trastorno radical de la organización social, en resumen, muchos
cambios vastos y profundos. En una palabra: la Revolución.
Por
supuesto, es un programa ambicioso, vertiginoso incluso cuando se compara la debilidad
de las fuerzas conscientes y decididas del mundo del Trabajo y la potencia de
las fuerzas de la burguesía, experimentadas y organizadas, cuando se considera
este desequilibrio respecto a las tareas que hay que cumplir y los obstáculos
erigidos en nuestro camino.
Por
supuesto, esto debe traducirse inevitablemente en un enfrentamiento abierto, a
por todas, entre el mundo del Trabajo, exigiendo la sociedad nueva y las
miserables bandas de explotadores sacando provecho del sistema actual — estas
bandas parásitas que disponen de un Estado a su servicio, de un ejército, de
regimientos de políticos, de ideólogos, de periodistas y otros lacayos y
celadores de todo pelaje. Debe abrirse una lucha a vida o muerte dónde la
victoria del proletariado significa la justicia social, la paz y el progreso
por todas partes, dónde su derrota implica la perpetuación de la putrefacción
capitalista, aún más dañina, aún más oprímete.
Nunca
hemos ignorado la amplitud de las tareas ni ocultado las dificultades. De
entrada, hemos subrayado la desproporción actual de las fuerzas del
proletariado y de la burguesía. Pero « la humanidad sólo se plantea los
problemas que puede resolver » y hace diez años, antes que limitarse a
deplorar el estado desfavorable de la relación de fuerzas, las Células
Comunistas Combatientes decidieron contribuir concretamente a su caída y desarrollaron
una estrategia a este fin.
Las
Células Comunistas Combatientes jamás han sobrestimado los efectos a corto y
medio plazo de sus acciones de guerrilla. Sabían que en un primer tiempo el
poder cubriría sus pérdidas más deprisa que las que sufriría y que para
oponerse a la lucha que lo amenaza, reforzaría la represión.
Para
comenzar, incluso a pequeña escala, una lucha armada contra el régimen, nuestra
organización hizo la demostración de que tal lucha es posible, accesible a
quién tiene la voluntad política.
Encabezar
la lucha armada revolucionaria, incluso al nivel inicial de la propaganda,
significa concretamente la repulsa del juego de los compromisos, el rechazo de
la lógica antisocial, anti popular del sistema capitalista. No obstante, se
trata de ir más allá del simple rechazo — por muy legitimo que sea — se trata
de realizar en este movimiento los primeros pasos del necesario proceso de
concientización, movilización, organización, estructuración y endurecimiento de
las fuerzas proletarias. Es un proceso largo, complejo, sembrado de emboscadas,
hecho de avances, de retrocesos, de victorias, de derrotas, a través del cual
la relación de fuerzas entre la burguesía hoy todopoderosa y el proletariado
actualmente desarmado se modificará poco a poco, hasta invertirse y dar así al
mundo del Trabajo los medios de construir por fin el sistema de su elección, el
sistema que traduce sus verdaderas aspiraciones, que realiza sus intereses : el Socialismo.
Este
proceso de lucha histórica debe efectuarse en el terreno estratégico, mediante
la Guerra Revolucionaria Prolongada. Exige entrega y compromiso, pedirá grandes
sacrificios y, por lo tanto, será vano esperar que grandes masas se inscriban
de golpe. La extrema debilidad de las fuerzas de la clase obrera, las derrotas
sucesivas desde hace decenios en el frente de la lucha de clases impiden tal
esperanza. Más aún, se podría estar tentado de creer incluso que una gestión política
que hoy, en vez de limitarse a la defensa de los logros amenazados por la
ofensiva patronal, apunte a desencadenar un combate cuyo objetivo final es
destruir definitivamente a la burguesía, su sistema de explotación y, de
opresión, carece totalmente de realismo y de sentido común. Grave error.
Aquí
aparece el papel, el deber de los comunistas. Su tarea es la de colocarse a la
vanguardia de la lucha, desbrozar las vías nuevas, dar ejemplo, lanzar las
bases políticas, estratégicas, organizativas, elaborar los programas intermedios
y las tácticas que permitan el resurgimiento y el desarrollo del combate
proletario. En este sentido, la responsabilidad de los camaradas no es
diferente hoy de hace diez años, responsabilidad que hemos traducido en nuestro
compromiso en las Células Comunistas Combatientes. Hay que volver a plantear en
la práctica la cuestión de la lucha armada revolucionaria y de la organización
clandestina combatiente.
Mientras
las luchas proletarias y populares no integren un proyecto global aspirando a
la liquidación del sistema capitalista y a la construcción del socialismo y
mientras este proyecto no se materialice en un enfrentamiento político-militar
con el régimen, el mundo del Trabajo seguirá siendo la víctima por momentos
reacia por momentos sumisa a los dictados capitalistas.
La experiencia de la Células
Comunistas Combatientes pertenece a la historia del movimiento comunista en
nuestro país. Debe ser analizada en la perspectiva del necesario relanzamiento
de la lucha revolucionaria sobre bases y principios portadores de futuro y de
victoria. Hace diez años las Células dieron un primer paso en la nueva,
exigente y ardua vía revolucionaria dictada por las condiciones objetivas de
nuestra época. Han tropezado. Es frecuentemente la suerte de los pioneros.
Ahora lo esencial es valorizar esta experiencia, extraer de ella mediante la
crítica los elementos que permitan hacer mejor y más, avanzar más en el camino
magnífico de la revolución comunista, en el camino que lleva a los hombres y
mujeres a un mundo de justicia social, de libertad y de fraternidad.
¡ EL COMBATE NO SE DETIENE JAMAS !
¡ VIVA LA LUCHA ARMADA POR EL
COMUNISMO !
Colectivo de lo(a)s preso(a)s de las Células
Comunistas Combatientes
2 de octubre de 1994